Queridos amigos virtuales,
Llegué puntual como un reloj.
Samantha me dijo que debía estar a las ocho en punto, así que en ese justo instante mi tacón salía de la limusina para posarse, grácil, sobre la acera. Me había invitado a un cóctel informal que se celebraba en una galería de arte, y aunque no me apetecía mucho, me sentía en deuda con ella cada vez que veía la
cicatriz de su cara, así que no me atreví a negarme.
Entré por la puerta y comprobé que debía ser de las últimas invitadas en llegar, a pesar de mi puntualidad. El evento se desarrollaba en un recinto sorprendente y original. Por una parte resultaba turbador a causa de la iluminación difusa y fría, que daba la impresión de introducirte en alguna suerte de sueño inquieto plagado de sombras, pero por otro lado la suave armonía que trenzaban en el ambiente un violín, una flauta y un piano hacía que te sintieras protagonista de un cuento mágico colmado de nostalgia.
Mis pupilas enfocaron el cartel de la exposición: "Teatro de sombras, por Samantha Nouveau". Me quedé en trance durante un momento, intentando que mi pamela procesara lo que no procesaba mi cerebro.
¿Samantha era artista? En ese momento me percaté de que no sabía nada de ella, y lo cierto era que nunca le había preguntado a qué se dedicaba cuando no estaba asomándose insidiosamente a mi vida. Así que pintaba cuadros, y por lo selectivo del elenco de invitados me atreví a suponer que sus pinturas tenían cierto éxito en altas esferas.
Cuando me recuperé de la conmoción, tan sólo me dio tiempo a escuchar las últimas palabras con que Samantha nos estaba deleitando para presentar su obra. Tras ellas, se dio por inaugurada la exposición y los invitados comenzaron a dispersarse. Algunos rodearon a la autora para felicitarla, momento que aproveché para alcanzar dos copas de champagne del primer
garçon que pasó por mi lado. Di buena cuenta de una de ellas en un parpadeo y la coloqué de nuevo en la bandeja ante la atónita mirada del camarero, que se debía estar preguntando cómo me la había bebido sin que él lo viera cuando estaba justo enfrente de mí. Lo que él ignoraba, queridos, es que controlo el arte de camuflarme con mis pamelas a la perfección.
La sala se abría en dos galerías, como una V, así que me escabullí hacia la de la izquierda y estudié algunas de las pinturas. Eran muy expresivas, aunque algo lúgubres por los colores apagados que utilizaba, pero las formas sinuosas que plasmaba estaban cargadas de misterio y melancolía. Transmitían una extraña mezcla de fuerza y aflicción.
—¡Pamela! —me dijo una voz mientras estaba examinando "Maullidos bajo la luna". Era
Alessandro, acompañado de una atractiva mujer—. No sabía que te encontraría aquí —añadió mientras me saludaba efusivamente.
—Sí, querido, yo tampoco lo sabía, de hecho no sabía ni que la exposición era de Samantha.
—¿No sabías que pintaba?
—No. Me dijo que se trataba de un cóctel en una galería de arte, no de la inauguración de una exposición, y mucho menos nacida de su propia mano —podía sentir la atenta mirada de la acompañante de Alessandro sobre mí, cosa que me hacía sentir algo incómoda. Me asaltaba la absurda idea de que pudiera leer en mi mente
lo sucedido entre él y yo.
—Seguramente te quería dar una sorpresa.
—Me lo imagino. O sea, a Samantha le fascina dar sorpresas.
—Por cierto, Pamela, te presento a mi pareja, Aga.
—Encantada de conocerte —me dijo la mujer tras darme tres besos, como acostumbran a hacer en algunos países del norte de Europa—. Ale me ha hablado mucho de ti.
—Espero que bien —me reí.
—Sí, en verdad muy bien —hablaba un castellano correcto, con un acento marcado.
—Es un alivio saberlo. Aga es un nombre polaco, ¿verdad?
—Sí, es la abreviatura de Agnieszka. Es que soy polaca —tenía un brillante pelo cobrizo que hacía juego con el color miel de sus ojos almendrados, y aunque era de baja estatura, transmitía una gran energía.
—Me lo figuraba. Yo soy inglesa de nacimiento, pero mi familia es mitad inglesa y mitad alemana.
—¡Pamela, qué ilusión que hayas venido! —Samantha me abrazó de repente—. Parece que la exposición está siendo todo un éxito, ¿os gusta?
—Es extraordinaria —respondió Alessandro.
—¿En serio? —Samantha parecía entusiasmada con el comentario y se puso a hablar con él sobre la exposición.
—Me comentó Ale que estabas soltera todavía, ¿no? —me preguntó Agnieszka.
—Sí, parece que no tengo suerte en el amor.
—¿Y no hay ningún hombre aquí que te guste? —Miré alrededor, pero ninguno me pareció atractivo.
—No, tengo un gusto algo excéntrico.
—Qué lástima, hubiera sido divertido acercarse a entablar conversación con alguien. ¿Y cómo te gustan los hombres físicamente? —Era evidente que no tenía reparos en hacer preguntas indiscretas. Tenía la misma naturalidad que su pareja.
—Pues no sé, querida... supongo que lo ideal sería que fuera masculino a la par que refinado, atlético pero proporcionado, elegante aunque de cierta rudeza pasional, y moreno de ojos oscuros.
—¿Pero de dentro o de fuera de Europa? —Su cara era inexpresiva, pero su pregunta no tenía nada de inocente. Era obvio que me estaba preguntando si Alessandro me resultaba atractivo, puesto que sus rasgos procedían de sus ancestros brasileños: pelo azabache rizado, ojos negros, piel morena... y además encajaba perfectamente con mi descripción.
—Aga, ¡¿pero qué le preguntas a Pamela?! —Alessandro cogió a Agnieszka del brazo con cierta tensión. Debía haber estado atento a la conversación todo el tiempo. Aunque sabía que no hacía falta, respondí a la pregunta porque no estaba dispuesta a permitir que esa mujer me desafiara abiertamente cuando yo no había hecho nada de nada.
—Yo por el que siento debilidad es por el hombre español —ella me miraba fijamente, atenta a mis palabras y haciendo caso omiso de Alessandro—. Pero si una persona me gusta, no me importa de donde sea: indio, americano, canadiense o africano; tanto da, puesto que al gustarme lleva inherente todo lo que necesito en una pareja.
—¿Has visto el colgante que lleva Alessandro? —preguntó Samantha con la intención de aliviar tensiones.
—Sí, es igual que el suyo —dijo Agnieszka señalando mi cuello sin ni siquiera mirar, dando a entender que hacía mucho tiempo que se había dado cuenta del detalle.
—Se los regalé yo
el otro día —apuntó rápidamente Samantha—. Es que me encanta la mitología y la cultura egipcia.
—¿Ah, sí? Es verdad que es interesante —añadió Agnieszka.
Me disculpé diciendo que iba al tocador y los dejé allí hablando sobre Amenhotep y Nefertiti. Me bebí la segunda copa de champagne de un único sorbo. Cuando me miré fijamente en el espejo, me pregunté por qué motivo tenía que aguantar el vacío al que me sentía sometida por Alessandro y las burdas insinuaciones de su novia, cuando lo único que había hecho era
actuar de la forma más honesta posible.
Eternamente vuestra, y molesta
Pamela
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