Ambigua transparencia

domingo, enero 27


Queridos amigos virtuales,

Me presenté ante Alessandro con la fuerza reverberando en mi interior con un burbujeo de frustración y de ira. Era como una mariposa de tormenta, un Valentino carmesí sobre tacones de aguja acercándose al ojo del huracán, dispuesta a difuminar las dudas con la luz de mis relámpagos azules.

Atravesé la entrada de la sala de fiestas con paso tan decidido que no hubo cabeza que no apuntara en mi dirección. Nuestras miradas se cruzaron, fugaces, pero Alessandro la apartó tan rápido como si no me hubiera visto. Esta vez no había vacilación en mi interior, la duda se había marchitado.

Llegué hasta la barra. Él me daba la espalda.

—Alessandro —me sorprendió la amabilidad de mi tono, cálido en contraste con la frialdad que me recorría. Ni pretendiéndolo podía tratarlo con la dureza que se merecía, y eso de alguna forma incrementaba mi rabia.
—¡Hola Pamela!
—¿Podemos hablar un momento?
—Perdona, pero ahora no puedo. Tengo mucho trabajo —ni siquiera me miró al hablarme, cuando meses atrás sus ojos negros se mantenían fijos en mí, llenos de un ímpetu secreto.
—Está bien, si lo prefieres así... Quiero saber qué es lo que ocurre —solté a bocajarro.
—¿Ocurrir? —Me miró sorprendido.
—Tu comportamiento conmigo ha cambiado mucho desde que regresé de Inglaterra, y quiero saber por qué. ¿Te ocurre algo?
—No, nada —parecía absolutamente sincero, como si realmente no supiera de qué le estaba hablando—. ¿Por qué lo dices?
—Porque te noto raro conmigo, distante.
—De verdad, Pamela, no me pasa nada. Sé que he estado muy ocupado últimamente con el trabajo y mis cosas, y que por ello no te he prestado la atención que mereces desde que regresaste, pero estoy bien —sus palabras se arremolinaban a mi alrededor creando un lazo de sinceridad, pero de un movimiento de pamela hice que cayeran muertas sobre el suelo.
—Mira, si estás poniendo espacio entre nosotros para dejarme claro que no te atraigo, porque crees que me gustas, quiero que sepas que no es así y que no es necesario que continúes haciéndolo.
—¡¿Qué?! ¿Pero de qué me estás hablando? Pamela, en serio, es que no entiendo nada. A ver, a veces me ha pasado que la gente ha malinterpretado alguno de mis comportamientos y se han pensado algo que no era, porque me gusta jugar, pero aunque no lo creas, yo soy muy tonto para los juegos de seducción. No soy consciente de nada —al parecer no quería hablar claro de ninguna de las maneras, así que me obligaba a entrar en el terreno pantanoso y traicionero de la ambigüedad.
—Está bien, querido, de hecho esto no tiene mayor importancia, sólo era algo que te quería comentar porque la situación se me hacía extraña —sonreí—. Si no pasa nada me quedo más tranquila.
—De verdad que no me pasa nada.
—Muy bien, querido. Nos vemos más tarde.
—Hasta luego entonces, Pamela.
—Ah, sólo una cosa más —me di la vuelta antes de irme—. A mí, a diferencia de ti, los juegos de seducción se me dan bastante bien, así que sé perfectamente cuando alguien está jugando y cuándo no.

Antes de darle tiempo a responder, me marché por donde había venido sintiéndome una vez más llena de luz. Fuera cual fuera el motivo de su comportamiento, había hecho llegar mi mensaje alto y claro. La oscuridad de la ambigüedad nada puede contra la claridad de la transparencia.

Transparentemente vuestra,
Pamela

Etiquetas:

Diamantes... 2  |   Susúrrame  |   Llévame  

 

Interrogantes del corazón

viernes, enero 25


Queridos amigos virtuales,

Mi uña trazó un interrogante sobre el diván. Linus me miraba atentamente, esperando una respuesta. Y lo cierto era que no sabía qué responder. Mi psicoanalista tenía una gran habilidad para llegar a los puntos inconclusos de mi alma.

—¿Eso es un Ojo de Horus? —Como tardaba en responder, Linus reparó en el colgante que me había regalado Samantha días atrás.
—Me lo regaló una amiga.
—Bueno, no nos distraigamos, que ya nos queda poco tiempo. Y bien, ¿qué me dices?
—No lo sé, querido —suspiré—. O sea, a veces no sé qué pensar. Yo siento que no estoy cerrada al amor, porque anhelo con todas mis fuerzas que Cupido atraviese mi corazón, pero mentiría si dijera que no me parece extraño que todos tengan relaciones mientras yo siempre estoy soltera.
—¿Y por qué no sales con ningún hombre?
—Porque se da la casualidad de que todos los que he conocido desde que estoy receptiva tenían algún impedimento: unos estaban casados o emparejados, otros traumatizados o desquilibrados, algunos sencillamente no iban en serio, hubo quién estaba demasiado lejos, y a otros no tuve ni siquiera tiempo de conocerlos —dicho así sonó tan patético que me eché a reír—. Sé que parece que eche la culpa de todo a los demás, pero es que es cierto, ¿sabes?
—¿Y no será que buscas impedimentos para no arriesgarte? El amor es peligroso, porque amar a alguien es darle el poder de hacerte daño. Es normal que te dé miedo.
—Sinceramente, querido, no lo creo. No me considero cobarde. Es verdad que nunca he tenido una relación estable, pero no por eso debería establecer una que se no sostenga sobre unas bases que yo considere sólidas, ¿no? Debo encontrar a la persona adecuada.
—Yo sólo quiero que entiendas que no debes esperar a que el príncipe azul venga a rescatarte sobre su caballo blanco —escuchando a Linus no pude evitar imaginarme a Christopher cabalgando por el bosque sobre su purasangre negro, con el torso desnudo bajo el sol—, porque si no puede que llegue un día que te des cuenta de que estás sola y que has desperdiciado tu vida buscando algo que no existe más que en tus fantasías.
—Tú sí que sabes cómo animar a una dama —sentí que el puño de la soledad me desgarraba por dentro.
—Pamela, lo digo por tu bien. Al final, lo único que importa es el amor, créeme.
—Lo sé.
—Iremos hablando sobre ello más adelante —cerró la carpeta y se puso en pie, señal de que la sesión había terminado.
—Por cierto, Linus, hay algo de lo que me gustaría saber tu opinión antes de marcharme.
—¿De qué se trata? —preguntó mientras se ajustaba la corbata con un gesto de lo más seductor.
—La cuestión es sencilla. Tengo un amigo que me cortejó antes de marcharme a Inglaterra —Linus me miró con renovado interés, porque era la primera vez que le hablaba de alguien concreto de mi vida personal—. Lo cierto es que me gusta, pero me vi obligada a rechazarlo porque tenía pareja. Lo que ocurre es que desde que regresé tiene un comportamiento muy extraño conmigo. Se muestra tenso y distante.
—¿Has hablado con él?
—No he podido, y no creo que quiera. Prefiere hacer como si no hubiera ocurrido nada. Me siento frustrada y confusa. Me parece injusto recibir un castigo por un crimen que no he cometido.
—Bueno, seguramente siente una mezcla de emociones contrapuestas al verte. Por un lado se debe sentir atraído por ti, a la vez que culpable por ello y por intentar traicionar a su pareja. Probablemente se siente juzgado al estar contigo, porque le rechazaste. Hizo algo que estuvo mal, es consciente de ello y de que tú también lo eres, y eso le debe hacer sentir incómodo en tu presencia, por lo que tiende a alejarse de ti. Además, hay personas que se sienten dolidas ante el rechazo.
—Oh, Linus, te expresas tan maravillosamente bien que me dejas estupefacta. Y dime, ¿qué debo hacer?
—Depende, ¿qué es lo que quieres?
—Que seamos amigos como antes, eso es todo.
—Entonces deberás hablar con él. Intenta ser clara y directa, pero si no quiere hablar no le fuerces. En ese caso deberás hacerle saber en su lenguaje que por tu parte no hay ningún problema y que no le juzgas. Eso debería ayudarle a permanecer a tu lado el tiempo suficiente para que se acostumbre de nuevo a tu contacto sin sentirse mal. Aunque puede que le lleve algún tiempo.
—Muchas gracias, Linus. Así lo haré.
—Ahora debo dejarte. ¡Tengo una reunión en cinco minutos!
—¡Hasta el próximo día, querido!

Mi voz se perdió tras los pasos de Linus, que se fue corriendo a su reunión cargado con un montón de libros. Me quedé sentada en el diván, en silencio, acariciando el colgante de mi madre y pensando en Alessandro.

Siempre vuestra, e inconclusa
Pamela

Etiquetas:

Diamantes... 2  |   Susúrrame  |   Llévame  

 

Plantones a media tarde

jueves, enero 17


Queridos amigos virtuales,

Aunque a pesar de todo aún me sentía reticente a verme con Samantha, me sentía obligada a aceptar sus proposiciones. No me podía negar después de ser la culpable del accidente. Así que allí me encontraba, envuelta en un albornoz rosa y con una toalla en la cabeza, como una mariposa en su crisálida, esperando a que hiciera acto de presencia.

No sabía por qué, pero no terminaba de gustarme su compañía. Fuera donde fuera, me acababa encontrando con ella a causa de una inoportuna fatalidad del destino. Era cierto que últimamente me resultaba algo menos insoportable, pero tampoco era necesario que los dioses abusaran por ello. Se había hecho amiga de casi todos mis amigos, iba a mi club social, a mi hotel, a mi cirujano plástico, e incluso un día la descubrí en el despacho de Gregor tratando no sé qué cuestiones informáticas. Llamadme neurótica, queridos, pero me parecía un poco excesivo.

Esperé y esperé, pero Samantha no aparecía, así que me dispuse a iniciar mi tratamiento de belleza. Después de un relajante baño de vino en una bañera de hidromasaje, un masaje exfoliante al cacao, una deliciosa sesión de chocolaterapia con fragancias de aceite de almendras dulces y esencia de naranja, un masaje linfático con cremas hidratantes, una ducha restauradora y un delicioso bombón, salí por la puerta de mi centro de belleza totalmente renovada. Me pareció extraño que Samantha no hubiera aparecido.

Y Christopher tampoco. Si no recordaba mal, debía recogerme a las siete en punto en la puerta de mi centro de belleza. ¿Me habría equivocado de hora? Rescaté el móvil de mi bolso Loewe y seleccioné su teléfono, pero según decía una irritante vocecilla, estaba apagado o fuera de cobertura, así que hice que me trajeran una limusina de alquiler.

El chofer resultó ser agradable y buen conversador, pero al poco tiempo empezó a darme la impresión de que me examinaba el escote a través del espejo retrovisor. Creí que eran imaginaciones mías, así que no hice caso y seguimos charlando, pero las dudas se disiparon cuando comenzó a mirarme fijamente en un intento de establecer contacto visual, haciendo alarde de su total insolencia. Al final incluso se relamía los labios, lo cuál me pareció, además de inmundo y soez, de una mala educación insoportable. Su atrevimiento era tal, que pasada media hora ya aprovechaba cualquier ocasión para observarme como si en cualquier momento fuera a saltar sobre mi cuerpo indefenso cual animal salvaje en época de apareamiento. Y por si fuera poco, tenía tantos kilos de más como grados de belleza distraída. Oh, fue horrible, queridos. Hasta tuve miedo de que estuviera loco y tuviera la intención de secuestrarme para abusar de mí.

Cuando atravesé las puertas de mi hotel, hacía mucho tiempo que todo rastro del relax acumulado en mi centro de belleza había desaparecido. Me sentía llena de una cólera tan venenosa como la lengua de la Marquesa de Roncesvalles. Entonces escuché unas sonoras carcajadas que provenían de la sala de fiestas. Allí, Christopher y Alessandro estaban celebrando lo que parecía una fiesta improvisada en petit comité, y por la cantidad de copas vacías que había sobre la barra, supuse que hacía horas que había empezado. Contemplándolos sin que se dieran cuenta, daba la impresión de que fueran amigos de toda la vida, tal era la complicidad que se respiraba entre los dos.

—Christopher —dije, y mi voz sonó fría y cortante. Al verme la cara la risa se le marchitó en el acto y se puso recto en un intento de guardar la compostura, pero sus ojos vidriosos no dejaban lugar a dudas. Alessandro se disipó como una sombra de camino al almacén.
—Buenas noches Pamela, ¿ocurre algo? —Christopher se esforzaba en vocalizar todas las sílabas, pero no lo conseguía.
—No lo sé, querido, dímelo tú —abrió los ojos, perplejo. Era la primera vez que me escuchaba utilizar ese tono—. ¿Tenías que venir a buscarme a las siete o es que estoy alucinando?
—¿Qué? —Se tapó la boca con la mano, señal de que había recordado—. Lo siento de veras Pamela, estaba hablando con Ale y se me ha ido el santo al cielo. Pero ¿por qué no me has llamado? Habría ido a buscarte.
—¿Antes o después de matarme estrellando la limusina? —No dijo nada, sólo bajó la mirada al suelo—. O peor aún, quizá hubieras preferido ponerme en boca de todos cuando se hubieran enterado de que han detenido a mi chofer en un control de alcoholemia.
—Lo siento mucho.
—Por Dios Christopher, ¿en qué estabas pensando? Estás completamente ebrio —no pude evitar que una mueca de desprecio inundara mi boca.
—Una cosa llevó a la otra, no me di cuenta. Ale me insistió en que brindáramos por...
—No me importa en absoluto. Nos veremos mañana.
—Pamela...
—Y no cojas el coche para ir a casa, quédate a dormir en el hotel.

Sólo podía pensar en acostarme para que amaneciera un nuevo día, así que me marché envuelta en el taconeo implacable de mis René Caovilla.

Incansablemente vuestra, e indignantemente enojada
Pamela

Etiquetas:

Diamantes... 1  |   Susúrrame  |   Llévame  

 

Teatro de sombras

viernes, enero 11


Queridos amigos virtuales,

Llegué puntual como un reloj. Samantha me dijo que debía estar a las ocho en punto, así que en ese justo instante mi tacón salía de la limusina para posarse, grácil, sobre la acera. Me había invitado a un cóctel informal que se celebraba en una galería de arte, y aunque no me apetecía mucho, me sentía en deuda con ella cada vez que veía la cicatriz de su cara, así que no me atreví a negarme.

Entré por la puerta y comprobé que debía ser de las últimas invitadas en llegar, a pesar de mi puntualidad. El evento se desarrollaba en un recinto sorprendente y original. Por una parte resultaba turbador a causa de la iluminación difusa y fría, que daba la impresión de introducirte en alguna suerte de sueño inquieto plagado de sombras, pero por otro lado la suave armonía que trenzaban en el ambiente un violín, una flauta y un piano hacía que te sintieras protagonista de un cuento mágico colmado de nostalgia.

Mis pupilas enfocaron el cartel de la exposición: "Teatro de sombras, por Samantha Nouveau". Me quedé en trance durante un momento, intentando que mi pamela procesara lo que no procesaba mi cerebro.

¿Samantha era artista? En ese momento me percaté de que no sabía nada de ella, y lo cierto era que nunca le había preguntado a qué se dedicaba cuando no estaba asomándose insidiosamente a mi vida. Así que pintaba cuadros, y por lo selectivo del elenco de invitados me atreví a suponer que sus pinturas tenían cierto éxito en altas esferas.

Cuando me recuperé de la conmoción, tan sólo me dio tiempo a escuchar las últimas palabras con que Samantha nos estaba deleitando para presentar su obra. Tras ellas, se dio por inaugurada la exposición y los invitados comenzaron a dispersarse. Algunos rodearon a la autora para felicitarla, momento que aproveché para alcanzar dos copas de champagne del primer garçon que pasó por mi lado. Di buena cuenta de una de ellas en un parpadeo y la coloqué de nuevo en la bandeja ante la atónita mirada del camarero, que se debía estar preguntando cómo me la había bebido sin que él lo viera cuando estaba justo enfrente de mí. Lo que él ignoraba, queridos, es que controlo el arte de camuflarme con mis pamelas a la perfección.

La sala se abría en dos galerías, como una V, así que me escabullí hacia la de la izquierda y estudié algunas de las pinturas. Eran muy expresivas, aunque algo lúgubres por los colores apagados que utilizaba, pero las formas sinuosas que plasmaba estaban cargadas de misterio y melancolía. Transmitían una extraña mezcla de fuerza y aflicción.

—¡Pamela! —me dijo una voz mientras estaba examinando "Maullidos bajo la luna". Era Alessandro, acompañado de una atractiva mujer—. No sabía que te encontraría aquí —añadió mientras me saludaba efusivamente.
—Sí, querido, yo tampoco lo sabía, de hecho no sabía ni que la exposición era de Samantha.
—¿No sabías que pintaba?
—No. Me dijo que se trataba de un cóctel en una galería de arte, no de la inauguración de una exposición, y mucho menos nacida de su propia mano —podía sentir la atenta mirada de la acompañante de Alessandro sobre mí, cosa que me hacía sentir algo incómoda. Me asaltaba la absurda idea de que pudiera leer en mi mente lo sucedido entre él y yo.
—Seguramente te quería dar una sorpresa.
—Me lo imagino. O sea, a Samantha le fascina dar sorpresas.
—Por cierto, Pamela, te presento a mi pareja, Aga.
—Encantada de conocerte —me dijo la mujer tras darme tres besos, como acostumbran a hacer en algunos países del norte de Europa—. Ale me ha hablado mucho de ti.
—Espero que bien —me reí.
—Sí, en verdad muy bien —hablaba un castellano correcto, con un acento marcado.
—Es un alivio saberlo. Aga es un nombre polaco, ¿verdad?
—Sí, es la abreviatura de Agnieszka. Es que soy polaca —tenía un brillante pelo cobrizo que hacía juego con el color miel de sus ojos almendrados, y aunque era de baja estatura, transmitía una gran energía.
—Me lo figuraba. Yo soy inglesa de nacimiento, pero mi familia es mitad inglesa y mitad alemana.
—¡Pamela, qué ilusión que hayas venido! —Samantha me abrazó de repente—. Parece que la exposición está siendo todo un éxito, ¿os gusta?
—Es extraordinaria —respondió Alessandro.
—¿En serio? —Samantha parecía entusiasmada con el comentario y se puso a hablar con él sobre la exposición.
—Me comentó Ale que estabas soltera todavía, ¿no? —me preguntó Agnieszka.
—Sí, parece que no tengo suerte en el amor.
—¿Y no hay ningún hombre aquí que te guste? —Miré alrededor, pero ninguno me pareció atractivo.
—No, tengo un gusto algo excéntrico.
—Qué lástima, hubiera sido divertido acercarse a entablar conversación con alguien. ¿Y cómo te gustan los hombres físicamente? —Era evidente que no tenía reparos en hacer preguntas indiscretas. Tenía la misma naturalidad que su pareja.
—Pues no sé, querida... supongo que lo ideal sería que fuera masculino a la par que refinado, atlético pero proporcionado, elegante aunque de cierta rudeza pasional, y moreno de ojos oscuros.
—¿Pero de dentro o de fuera de Europa? —Su cara era inexpresiva, pero su pregunta no tenía nada de inocente. Era obvio que me estaba preguntando si Alessandro me resultaba atractivo, puesto que sus rasgos procedían de sus ancestros brasileños: pelo azabache rizado, ojos negros, piel morena... y además encajaba perfectamente con mi descripción.
—Aga, ¡¿pero qué le preguntas a Pamela?! —Alessandro cogió a Agnieszka del brazo con cierta tensión. Debía haber estado atento a la conversación todo el tiempo. Aunque sabía que no hacía falta, respondí a la pregunta porque no estaba dispuesta a permitir que esa mujer me desafiara abiertamente cuando yo no había hecho nada de nada.
—Yo por el que siento debilidad es por el hombre español —ella me miraba fijamente, atenta a mis palabras y haciendo caso omiso de Alessandro—. Pero si una persona me gusta, no me importa de donde sea: indio, americano, canadiense o africano; tanto da, puesto que al gustarme lleva inherente todo lo que necesito en una pareja.
—¿Has visto el colgante que lleva Alessandro? —preguntó Samantha con la intención de aliviar tensiones.
—Sí, es igual que el suyo —dijo Agnieszka señalando mi cuello sin ni siquiera mirar, dando a entender que hacía mucho tiempo que se había dado cuenta del detalle.
—Se los regalé yo el otro día —apuntó rápidamente Samantha—. Es que me encanta la mitología y la cultura egipcia.
—¿Ah, sí? Es verdad que es interesante —añadió Agnieszka.

Me disculpé diciendo que iba al tocador y los dejé allí hablando sobre Amenhotep y Nefertiti. Me bebí la segunda copa de champagne de un único sorbo. Cuando me miré fijamente en el espejo, me pregunté por qué motivo tenía que aguantar el vacío al que me sentía sometida por Alessandro y las burdas insinuaciones de su novia, cuando lo único que había hecho era actuar de la forma más honesta posible.

Eternamente vuestra, y molesta
Pamela

Etiquetas:

Diamantes... 3  |   Susúrrame  |   Llévame  

 

Cóctel: Martini de Chocolate

lunes, enero 7


Un nuevo intento, un nuevo fracaso. Me presenté ante Alessandro con la intención de entablar la conversación personal que en mi opinión teníamos pendiente, pero sólo conseguí la receta de otro de sus sofisticados cócteles.

El martini de chocolate —o chocotini como lo llaman algunos— es uno de los cócteles que se han inventado en los últimos años para delicia del paladar. Hay muchas recetas diferentes, unas con crema de cacao, otras con licor de chocolate, unas con cacao en polvo, otras con sirope de chocolate, pero la que Alessandro decidió enseñarme se hacía con licor de chocolate Godiva.

La Godiva Chocolatier fue fundada hace ochenta años en Bruselas por el maestro chocolatero Joseph Draps. Al principio era un comercio local, pero en los años veinte abrió sus puertas a toda Bélgica. Su éxito hizo que Joseph decidiera expandir la compañía a nivel internacional, así que con el tiempo abrió boutiques en Francia, Inglaterra, Alemania e Italia, entre otros países. Cuarenta años después debutó en Norteamérica en uno de los sectores comerciales más elegantes del país, el Wanamaker de Filadelfia, y tras pocos años abrió su primer establecimiento en la maravillosa quinta avenida de Nueva York. Actualmente el chocolate belga Godiva puede degustarse en ochenta países del mundo, desde Nueva York hasta Tokio, en más de cuatrocientas cincuenta boutiques.

Joseph Draps eligió ese nombre para su compañía en honor a la leyenda de Lady Godiva, una dama sajona conocida a principios del siglo XI por su hermosura y generosidad. Cuenta la historia que su marido Lord Leofric —conde de Chester y de Mercia y señor de Coventry— arruinaba con tributos abusivos a sus vasallos, haciéndolos pasar por indecibles sufrimientos. Ella, solidarizada con el pueblo, le imploró que rebajara los impuestos y él accedió con una condición: que recorriese Coventry a caballo sin más vestido que su inmaculada piel. La mujer acordó con los aldeanos que se encerrarían en sus casas para no turbarla, y el día señalado Lady Godiva paseó por las fantasmales calles de Coventry sin más compañía que su caballo, entre casas con puertas y ventanas cerradas a cal y canto. Así que finalmente Lord Leofric, empujado por el sublime y valeroso gesto de su esposa, cumplió su promesa.

El martini de chocolate encierra en su seno la sensualidad lujuriosa del placer en estado puro.

Martini de Chocolate- 2/4 partes de vodka -Absolut Vanilla [6cl.]
- 1/4 parte de licor de chocolate -Godiva [3cl.]
- 1/4 parte de crema de cacao [3cl.]
- Un impulso de pasión
- Adorno: virutas y sirope de chocolate
- Cristalería: copa de martini
- Tomar: en la sobremesa o por la tarde

Es necesario tener la copa helada y todos los ingredientes en frío antes de empezar a preparar el cóctel. Sobre la copa, verter un chorrito de sirope de chocolate dibujando una sugerente espiral. Introducir el vodka, el licor de chocolate y la crema de cacao en una coctelera con hielo, mezclar y filtrar sobre la copa de martini. Espolvorear con unas virutas de chocolate y degustar lenta e intensamente. Ideal para disfrutar del placer sensual del chocolate.

Etiquetas:

Diamantes... 2  |   Susúrrame  |   Llévame  

 

Ojos egipcios

sábado, enero 5


Queridos amigos virtuales,

Rodeada por las aguas cálidas de mi jacuzzi, sentía mi cuerpo como el de una sirena acariciada por la espuma del mar. Volaba con los ojos cerrados entre arrecifes de coral, fluyendo en el espacio infinito. De vez en cuando una fresa impregnada de martini estallaba cual estrella fugaz entre mis labios, inundándome de caprichos de colores. Hasta que mis sueños de terciopelo se truncaron con el sonido de la puerta de mi habitación.

—¿Sí, quién es? —grité.
—¿Pamela, eres tú? Soy yo, Samantha.
—Estoy dándome un baño de espuma, querida. ¿Querías algo?
—Sólo verte un rato, pero no te preocupes, esperaré abajo. Iré a ver a Alessandro mientras tanto.
—Está bien. No tardaré.

Una hora y media después, cuando hube terminado de arreglarme como era debido, deslicé mi presencia hasta la sala de fiestas. No sabía por qué, pero me sentía tan relajada y liviana como una sombra de verano, y mi atuendo reflejaba mi estado a la perfección.

Samantha estaba sentada en la barra, charlando con Alessandro, quien le brindaba todo su interés como hiciera conmigo antes de irme a Inglaterra. Cuando llegué a su lado me saludaron, no obstante continuaron su conversación acto seguido. Hablaban de la formación del universo, de estrellas y agujeros negros, de materia y antimateria.

Me hubiera resultado interesante, de veras, queridos, de no ser porque llevaba allí al menos veinte minutos y todavía no había podido decir una palabra. Así que me entretenía saboreando un cosmopolitan y mirando a la gente que había por allí. Pensando, al final llegué a la conclusión de que Samantha tenía la extraña virtud de hacerme sentir como una aceituna en una copa, flotando en un mar de confusión, a punto de hundirme en la insignificancia y de ser engullida por la desidia. Me sorprendí imaginando de nuevo que le clavaba algo entre las cejas, aunque esta vez en lugar de un tenedor se trataba del pincho en el que se mantenían en fila los arándanos de mi copa.

Creo que ese día los duendes de la guerra estaban de vacaciones, así que una vez terminé mi cóctel, me puse en pie y caminé pausadamente en dirección a la puerta. Pensé que no se darían ni cuenta de que me marchaba, pero cuál fue mi sorpresa cuando Samantha me llamó.

—¡Pamela! ¿Adónde vas?
—Ah, querida, es que he recordado que tenía algo que hacer —improvisé.
—Pues no puedes marcharte todavía. Tengo una sorpresa. —Como me imagino que vio que la expresión de mi cara seguía sin existir, añadió—: ¡Pamela! ¡Anda, ven aquí! ¿Qué te ocurre?
—Nada, querida, nunca he estado tan maravillosamente bien —mentí mientras volvía a la barra. Me sorprendió el tono plano de mi voz, lo que me hizo darme cuenta de lo lleno de expresividad que estaba habitualmente—. ¿Y bien? ¿Cuál es esa sorpresa?
—Aquí está —buscó en su bolso negro un pequeño paquete. No, eran dos. Con una sonrisa radiante me entregó el de color fucsia a mí y el ocre a Alessandro—. ¡Vamos, abridlo!

Ojo de HorusLo abrí llenándome súbitamente de entusiasmo. Miré a Alessandro y nos sonreímos como niños con un juguete nuevo. Los dos paquetes contenían lo mismo, una caja, y dentro de cada una había un magnífico trabajo de orfebrería: un colgante plateado que jugaba con delicadas filigranas para dibujar en su centro un ojo egipcio, reflejo de la pasión de Samantha por la mitología egipcia. La única diferencia entre ambos era su simetría. El mío era el izquierdo, el de Alessandro el derecho.

Absolutamente vuestra, y sorprendida
Pamela

Etiquetas:

Diamantes... 3  |   Susúrrame  |   Llévame  

 

Cóctel: Bloody Mary

jueves, enero 3


Queridos amigos virtuales,

Una noche como otra cualquiera me dirigí a la sala de fiestas de mi hotel para charlar con mi querido barman, Alessandro, con el que no había tenido oportunidad de intercambiar impresiones desde mi llegada, pero para desgracia de mi frágil ilusión seguía tan ocupado con su trabajo como de costumbre últimamente.

Cuando conseguí charlar con él sentí que las cosas habían cambiado. Quizá eran imaginaciones mías, pero nada personal salió de nuestras bocas a pesar de hacer meses que no nos veíamos. El aire tan sólo dibujó la historia de otro de sus cócteles. Como en tantos otros casos, las leyendas se arremolinaban en torno al bloody mary en una vorágine de rojos misterios.

Harry MacElhone, Fernand Petiot, George Jessel... las vidas de muchas personas se entrelazan en la historia de este cóctel, pero lo primero que Alessandro me contó, para empezar su relato, es que hubo un barman escocés, famoso en su época, que viajó sirviendo tras numerosas barras del mundo. Su nombre era Harry MacElhone. Durante su estancia en Londres, en el año 1921, publicó su primer libro de cócteles. Muchos más vinieron después de este, de hecho publicó libros de recetas durante toda su vida, pero la primera referencia que encontramos al bloody mary es en la edición de 1941 de su "ABC of Mixing Cocktails", con una receta de vodka y zumo de tomate llamada red mary.

Alessandro continuó relatándome la historia más conocida de todas las que giran en torno al cóctel, la del francés Fernand "Pete" Petiot, que sirvió en el Harry’s New York Bar, en el París de los años 20, y que inventó la receta del bloody mary bautizándola con ese nombre en honor a la reina Mary Tudor. Allí, John Jacob Astor se enamoró del cóctel, y en 1933, cuando terminó la prohibición sobre las bebidas alcohólicas en Estados Unidos, se llevó a Pete y su bebida al hotel St. Regis de Nueva York —propiedad de la familia Astor—. Los presentó en el conocido salón del hotel —el King Cole Bar— y la fama del cóctel se propagó rápidamente, primero como excelente remedio para la resaca y después como una de las bebidas predilectas para abrir el apetito antes de la comida.

Bien, se cree que Fernand inventó esta receta en 1921 en el Harry’s New York Bar de París, local que no se hizo famoso hasta 1923 y que era propiedad de Harry MacElhone, quién no incluyó la bebida en sus libros hasta 1941. Sí, queridos, Fernard fue empleado de Harry, y llama la atención que éste no la publicara antes habiéndola servido en su bar de manos de Fernard.

Después, en el año 1955, un famoso actor cómico de origen americano, llamado George Jessel, se adjudicó la creación del cóctel en el San Mateo Times, señalando que lo había inventado alrededor del 1939. En una campaña publicitaria del Vodka Smirnoff que se produjo en 1955, se citó repetidamente en varias publicaciones que Jessel era el inventor de la bebida, y no era otro que el importante Lucius Beebe —autor del libro Stork Club Bar y contribuyente habitual del New York Herald Tribune en temas de bebidas alcohólicas— quién lo afirmaba.

Más tarde, en julio de 1964, Fernard Petiot fue entrevistado en la New Yorker Magazine. El tema de la entrevista era la invención del bloody mary, y en ella dijo que George Jessel afirmaba ser el inventor de la bebida, pero que no era más que vodka con zumo de tomate cuando él la había cogido, sugiriendo que no era suya la fórmula base original, pero sí la receta que ha perdurado hasta nuestros días.

Sea cual sea la verdad, lo cierto es que de nuevo una mujer es la inspiración para este cóctel, aunque no se trataba de una dama conocida por sus virtudes o su belleza. La reina Mary Tudor de Inglaterra fue apodada María la Sanguinaria —bloody mary, en inglés— porque durante sus cinco años de reinado llevó a la hoguera a más de trescientos protestantes con la intención de restaurar el catolicismo. Y el cóctel fue llamado así por su color rojo, en referencia a la sangre de los protestantes vertida en aquella época. Un horror, queridos.

Bloody Mary- 3/10 partes de vodka [4’5cl.]
- 6/10 partes de zumo de tomate [9cl.]
- 1/10 parte de zumo de limón [1'5cl.]
- Dos cucharaditas de salsa Worchestershire
- Unas gotas de tabasco
- Una pizca de pimienta negra
- Una pizca de sal
- Un destello de carácter
- Adorno: rama de apio, rodaja de limón y aceituna
- Cristalería: vaso highball
- Tomar: antes de la hora de comer

Echar en un vaso highball el vodka, el zumo de limón, dos cucharaditas de salsa Worchestershire, unas gotas de tabasco, aderezar con una pizca de sal y otra de pimienta negra recién molida, al gusto. Añadir al vaso varios cubitos de hielo, aproximadamente hasta que el líquido alcance la mitad del recipiente, y después completar el resto con el zumo de tomate. Remover suavemente, por ejemplo pasando el cóctel del vaso a otro recipiente un par de veces. Finalizar adornando con la rama de apio, la rodaja de limón y la aceituna, y disfrutar a ritmo de una suave música sintiendo la caricia de la brisa de la mañana. Exquisito. Ideal para los días de resaca.

Etiquetas:

Diamantes... 5  |   Susúrrame  |   Llévame  

 

La noche de fin de año

martes, enero 1


Queridos amigos virtuales,

Una de las noches más mágicas, queridos. Para celebrar la noche de fin de año había planeado una fiesta especial en la que me reencontraría con todos mis amigos, a los que hacía tantos meses que no veía, desde que me fui al Reino Unido.

Estaba nerviosa cual colegiala en su primer baile. La emoción me recorría de tal forma que estuve a punto de sacarme un ojo al aplicarme el perfilador negro, pero finalmente el espejo me devolvió una mirada llena de satisfacción con unas pestañas largas hasta el infinito. Tardé siglos en maquillarme como requería tal magnífico evento. Lo sé, queridos, podría haber dejado que me maquillara mi extraordinario esteticista, pero maquillarme era algo que siempre había preferido hacer yo.

En el ascensor, indiqué al botones que me condujera a la planta baja. Rodeada por el halo de sofisticación en que me envolvía el vestido que trazaba mis curvas, me sentía absolutamente segura. Era como un cielo negro sobre negros tacones de aguja, sólo roto por la luz de las estrellas que refulgía en un juego de pendientes y gargantilla de diamantes escandalosamente bellos. Realzaban la largura natural de mi cuello junto a un elegante recogido, y me atreví a innovar con un delicioso fascinator cuya fantasía floral daba el toque final a mi modelo.

Conforme se abrían las puertas del ascensor, se me fue revelando la silueta de una mujer envuelta en un vestido blanco. Era sencillo a la par que elegante, ni demasiado ajustado ni demasiado holgado. Hubiera sido discreto de no ser porque hacía un gran contraste contra su oscura piel. La mujer era de raza negra, y lucía un peinado de trenzas que caían lacias a su alrededor. Me miró, y en su cara se dibujó una sonrisa radiante.

—¡Oh! —Ante mi sorpresa me cogió de las manos y me miró de arriba a abajo con aprobación—. Qué fantástica... Déjame que adivine. Eres Pamela, ¿me equivoco?
—¿Te conozco? —pregunté perpleja.
—¡No, querida, claro que no! —se rió a carcajadas cogiéndome del brazo con familiaridad, transmitiéndome confianza. Después miró a uno y otro lado del pasillo, y susurró—: Pero pronto nos presentarán formalmente, ¿no querrás que le quitemos el gusto, no? Ay, no, no, no —negó con la cabeza antes de echarse otra vez a reír, contagiándome la risa—. ¡Pamela, qué mala eres, no insistas!
—Pero querida... —continué riendo.
—¡Mmmm, qué diablesa, no me tientes! No me habían advertido de que fueras tan persuasiva... ¡qué peligrosa! —Se metió riendo en el ascensor, me miró con ojos pícaros y mientras se cerraban las puertas añadió—: Enseguida vuelvo. Pero corre, que creo que te están esperando. Ah, y feliz año.

Cuando me recuperé del encuentro, me dirigí a la sala de fiestas. Estaba llena de gente. Sabía que Linus no estaría porque me dijo que tenía un compromiso que no podía eludir esta noche, así que al primero que vi al entrar fue a Gregor, acompañado por la que supuse que sería su prometida. Me pareció que hacían buena pareja a primera vista. Ambos hablaban con mi querido Michael, cuyo esmoquin blanco era la nota atrevida de color entre los hombres de la sala. Como siempre, mezclaba su ambigua timidez con una buena dosis de elegancia.

Después me fijé en Alessandro, que se encontraba al piano llenando el aire con una de sus glamourosas melodías. Tocaba con delicadeza y precisión, de la misma forma en que movía sus ágiles dedos cuando creaba un chispeante cóctel tras la barra del bar. Samantha estaba al lado del piano. Hubiera sido imposible no verla, pues su vestido... oh, queridos, debo reconocer que su modelo era absolutamente espectacular. Mezclaba granates y negros con pinceladas de rojo rubí de una forma sorprendente y sugerente.

Y qué puedo decir del hombre que acompañaba a Samantha. Ni los meses de ausencia habían borrado de mis retinas el perfil de ese dios del Olimpo. Una criatura perfecta de piel morena y rasgos varoniles cuya silueta no podía ocultar el esmoquin negro que la cubría. Su barba delataba los días de vacaciones de los que había disfrutado, como su mirada delataba la fragilidad que latía en su interior. Mi querido Christopher...

Al verme, todos vinieron a saludarme cálidamente, excepto Alessandro, que estaba ocupado con sus obligaciones. Tras los buenos deseos de año nuevo, continuó la fiesta. Corrieron torrentes de martini entre islas de música, risas y glamour. Estaban todos tan guapos y atractivos que hubiera deseado que la fiesta no acabara nunca.

Me dirigía al tocador cuando una mano me detuvo.

—Sí, ahora veo que es cierto, no se equivocaba —me dijo la mujer que antes me había cruzado en el ascensor, en un tono más serio esta vez, con la mirada fija en mí—. Ya que no ha habido ocasión de que nos presenten lo haré yo misma. Soy Isabella, una buena amiga de Alessandro.
—Encantada de conocerte —respondí—. Nunca había oído hablar de ti.
—¡Ah! —Se echó a reír otra vez—. No se lo tengas en cuenta, ¡a este chico le gusta guardar secretos!
—Ya veo —me reí.
—Pamela, ¿has mirado a tu alrededor?
—¿El qué? —me busqué alguna costura suelta en el vestido o un botón descosido, y estaba intentando sacar rápidamente la polvera para revisar mi maquillaje cuando Isabella me detuvo.
—No, mujer, a tu alrededor —acompañó sus palabras de la mano. Cuando miré a la sala, me fui cruzando con la mirada de todos mis amigos como si respondieran a una llamada secreta de los dedos de Isabella: primero Samantha, después Michael, Gregor, Alessandro y Christopher. Un temblor cálido me recorrió como una caricia, y no pude evitar que los ojos se me humedecieran—. Tienes luz, querida.
—¿Luz?
—Sí, una luz muy especial. Incandescente, magnética, atractiva. Pero tan brillante que puede cegar a los demás. Tenlo en cuenta.
—¿Qué quieres decir? —me sentí halagada y abrumada al mismo tiempo.
—Oh, nada más que lo que he dicho. ¡Querida, tengo la boca seca! ¿No quieres algo de beber? —Y sin darme tiempo a responder, Isabella desapareció entre la gente.

Enseguida olvidé esta conversación. Con mi fiel copa de martini en la mano, regresé junto a mis amigos y disfruté de una fiesta que nunca olvidaré. Pero cuando desperté al día siguiente, recordé a Isabella y sus enigmáticas palabras, y caí en la cuenta de que no la había vuelto a ver en toda la noche.

Sinceramente vuestra, y luminosa
Pamela

Etiquetas:

Diamantes... 1  |   Susúrrame  |   Llévame